El género, describe las características de mujeres y varones, que están construidas socialmente, en contraste con las biológicamente determinadas, a su vez condiciona las conductas sobre la diferencia sexual, que hacen que nos comportemos femenina o masculinamente. Es una determinación binaria, (varón-mujer), que además excluye la existencia de personas intersexuadas.
Es una construcción social, cultural e histórica, de carácter relacional, que basada en las diferencias anatómicas entre los sexos, otorga significaciones diferentes al ser femenino y masculino, y se instituyen en la estructura social, como sistema de representaciones, normas y valores.
Este sistema opera en la configuración de la subjetividad, y determina formas de pensar, sentir y actuar, diferentes para unos y otras. Es una diferenciación que encubre una jerarquización, valoración negativa o positiva, que se expresa en relaciones vinculares, que producen y reproducen condiciones de desigualdad social.
Según Zulema Palma, el Género, “es esencialmente una construcción social, no natural, que varía de un grupo social a otro y de una época a otra. Se construye mediante procesos sociales de comunicación y a través de manejos de poder y es trasmitido de maneras sutiles durante los procesos de crianza y educación. Por ser una construcción social, es creado y por lo tanto cambiante y se genera, se mantiene y se reproduce principalmente en los ámbitos simbólicos del lenguaje y la cultura. Como tales, las relaciones de género son dinámicas y susceptibles de transformarse a través de la interacción humana”[1]
Lo genérico, se basa en una relación dialéctica y fundante que existe entre el orden socio-histórico y la subjetividad. Según Pichón Rivière, el sujeto es un “ser de necesidades que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan, no habiendo nada en él que no sea el resultante de la interacción entre individuos, grupos y clases”. Por lo tanto, se da una articulación necesaria entre género, clase social, etnia, edad, condición sexual, etc.
Pierre Bourdieu, plantea que el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder, que se manifiestan en un control diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos de un pueblo. Estas relaciones de poder, que históricamente han sido de subordinación de la mujer, encuentran su principal causa en las relaciones de producción, por ser éstas las más necesarias y eficaces.
Las relaciones de producción tienen un rasgo dominante en nuestra organización social, la propiedad privada, sostenida por el orden jurídico, político e ideológico, que comenzará a producirse con la aparición del excedente de producción, (la plusvalía). Lo que marcará un traspaso (proceso histórico) de un sistema social comunitario, a un sistema de producción social, pero de apropiación individual de esa producción, con lo cual surgirán: la propiedad privada, la división del trabajo, las clases sociales y el surgimiento del Estado.
En las sociedades comunitarias, los clanes se organizaban en torno a la mujer, lo hijos pasaban a formar parte del grupo y la responsabilidad de cuidado era compartida por todos sus miembros. Con el surgimiento de la propiedad privada, aparece también, un modelo de familia, acorde con las necesidades de ese sistema social, la familia nuclear de estructura cerrada, como unidad de producción. Donde será necesario, empezar a contar con fuerza de trabajo propia, para garantizar la producción. Y será la mujer, quien suministrará esa fuerza de trabajo, con los hijos. Pero, el varón, necesitará asegurarse de que esos hijos sean suyos, ya que serán ellos quienes heredaran sus riquezas, por lo tanto se apropiará del cuerpo de la mujer, para asegurarse la legitimidad de la prole. Es por esto, que la posición de la mujer, pasará a ser de subordinación al varón, quedando relegada al ámbito del hogar, y ocupándose del cuidado de los hijos, especialmente de los varones, por ser éstos, la principal fuerza de trabajo necesaria.
Este modelo de familia, es el patriarcal, y es denominada así, por el poder que ejerce el padre sobre los demás miembros de la familia. Es un nuevo orden, mantenido y reproducido por una estructura de instituciones y prácticas sociales, que será sostenido por una filantropía biologicista, la cual establece una diferencia jerárquica entre los sexos, determinada por la naturaleza.
Como ámbito de reproducción de la vida material, la familia, será puesta al servicio del sistema económico-social, actuando como un instrumento de poder del Estado en la interioridad de los sujetos. Y de este sistema, se legitimará la invisibilización de la discriminación a través de prácticas sociales, colocando a los sujetos en situación de dominar o ser dominados. En un sistema de apropiación desigual, transformar al diferente en inferior, permite su dominación y explotación.
Es mediante los procesos de socialización y a través de múltiples códigos, que se desarrollarán primero en la familia y luego en distintos ámbitos de la sociedad: escuela, trabajo, tiempo libre, religión, medios masivos de comunicación, que se hará posible la trasmisión de pautas culturales, normas, valores y representaciones, instituidas socialmente, y que se irán constituyendo en modelos internos de aprendizaje y vínculo, que reproducen este sistema.
Estos aprendizajes, modalidades de ordenar y significar la experiencia, están implícitos en los procesos de conocimiento, y por lo tanto se naturalizan. De esta forma, pasan a ser una herramienta de la ideología dominante, la cual los hace aparecer como constitutivos de un orden natural.
Esos modelos, instituidos socialmente, establecen diferencias en los roles y funciones asignadas a mujeres y varones, son estereotipos, que establecen diferencias de roles, con distintas valorizaciones, y es a través de ellos que se sustentan las relaciones de poder. Hay tres estereotipos muy comunes para las mujeres: mujer, madre, esposa y ama de casa; mujer bella, joven, objeto sexual; mujer maravilla, que trabaja en forma remunerada, sin descuidar las tareas del hogar. Éstos, son mecanismos sociales de ocultamiento de la realidad. Cuando uno intenta separarse de estos modelos, el resultado muchas veces es la discriminación y la reprobación social.
Por la escasez de trabajo que impone el sistema, muchos varones están desocupados, y las mujeres salen al mercado laboral, (por lo general, trabajo informal), dándose un cambio de roles, no voluntario, sino impuesto, que pone al varón en un lugar de desvalorización social y lo aparta de su rol principal de productor, lo que impacta directamente en su identidad y en muchos casos, esto trae aparejado patologías. Por su parte, a la mujer que debe ausentarse de su casa, esto le genera altos montos de culpa, por lo que redobla sus esfuerzos. Y es ésta culpa, la que creará mitos, es decir, sistemas de creencias, construidos socialmente, de los cuales, el más arraigado es el de “instinto materno”, lo que desvaloriza a la mujer en su condición de persona.
La asignación naturalizada de roles, establece lo espacios de incumbencia, tanto para varones como para mujeres, siendo depositada la figura de los primeros, en el ámbito de lo público, donde se aprende y se ejerce el poder, y por consiguiente, las mujeres al ámbito de lo privado. Éstas asignaciones de roles, son aprehendidas por nosotros desde niños, a través de lo lúdico. Y son las que generarán la división sexual del trabajo, quedando los varones en lo público, con el trabajo productivo, y las mujeres, en lo privado, con el trabajo reproductivo, espacios que se transforman en antagónicos, desde el sistema patriarcal. Y la naturalización de esto, hace que se oculte el aporte del ámbito privado, invisibilizando su contribución al PBI, (del 25%).
Aunque se han ido produciendo modificaciones y transformaciones, de forma colectiva, a través de agrupaciones y organizaciones para la lucha, (como los movimientos sociales de mujeres), la discriminación sigue siendo una realidad, y más aún con las mujeres de clases populares, quienes sufren una doble opresión, por su condición de pobreza y por ser mujeres.
Aportes a la Temática extraídos del Cuadernillo de Género, “Introducción a la Perspectiva de Género”, del Área de Género, de la Escuela de Psicología Social, Dr. Enrique Pichón Rivière.
Es una construcción social, cultural e histórica, de carácter relacional, que basada en las diferencias anatómicas entre los sexos, otorga significaciones diferentes al ser femenino y masculino, y se instituyen en la estructura social, como sistema de representaciones, normas y valores.
Este sistema opera en la configuración de la subjetividad, y determina formas de pensar, sentir y actuar, diferentes para unos y otras. Es una diferenciación que encubre una jerarquización, valoración negativa o positiva, que se expresa en relaciones vinculares, que producen y reproducen condiciones de desigualdad social.
Según Zulema Palma, el Género, “es esencialmente una construcción social, no natural, que varía de un grupo social a otro y de una época a otra. Se construye mediante procesos sociales de comunicación y a través de manejos de poder y es trasmitido de maneras sutiles durante los procesos de crianza y educación. Por ser una construcción social, es creado y por lo tanto cambiante y se genera, se mantiene y se reproduce principalmente en los ámbitos simbólicos del lenguaje y la cultura. Como tales, las relaciones de género son dinámicas y susceptibles de transformarse a través de la interacción humana”[1]
Lo genérico, se basa en una relación dialéctica y fundante que existe entre el orden socio-histórico y la subjetividad. Según Pichón Rivière, el sujeto es un “ser de necesidades que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan, no habiendo nada en él que no sea el resultante de la interacción entre individuos, grupos y clases”. Por lo tanto, se da una articulación necesaria entre género, clase social, etnia, edad, condición sexual, etc.
Pierre Bourdieu, plantea que el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder, que se manifiestan en un control diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos de un pueblo. Estas relaciones de poder, que históricamente han sido de subordinación de la mujer, encuentran su principal causa en las relaciones de producción, por ser éstas las más necesarias y eficaces.
Las relaciones de producción tienen un rasgo dominante en nuestra organización social, la propiedad privada, sostenida por el orden jurídico, político e ideológico, que comenzará a producirse con la aparición del excedente de producción, (la plusvalía). Lo que marcará un traspaso (proceso histórico) de un sistema social comunitario, a un sistema de producción social, pero de apropiación individual de esa producción, con lo cual surgirán: la propiedad privada, la división del trabajo, las clases sociales y el surgimiento del Estado.
En las sociedades comunitarias, los clanes se organizaban en torno a la mujer, lo hijos pasaban a formar parte del grupo y la responsabilidad de cuidado era compartida por todos sus miembros. Con el surgimiento de la propiedad privada, aparece también, un modelo de familia, acorde con las necesidades de ese sistema social, la familia nuclear de estructura cerrada, como unidad de producción. Donde será necesario, empezar a contar con fuerza de trabajo propia, para garantizar la producción. Y será la mujer, quien suministrará esa fuerza de trabajo, con los hijos. Pero, el varón, necesitará asegurarse de que esos hijos sean suyos, ya que serán ellos quienes heredaran sus riquezas, por lo tanto se apropiará del cuerpo de la mujer, para asegurarse la legitimidad de la prole. Es por esto, que la posición de la mujer, pasará a ser de subordinación al varón, quedando relegada al ámbito del hogar, y ocupándose del cuidado de los hijos, especialmente de los varones, por ser éstos, la principal fuerza de trabajo necesaria.
Este modelo de familia, es el patriarcal, y es denominada así, por el poder que ejerce el padre sobre los demás miembros de la familia. Es un nuevo orden, mantenido y reproducido por una estructura de instituciones y prácticas sociales, que será sostenido por una filantropía biologicista, la cual establece una diferencia jerárquica entre los sexos, determinada por la naturaleza.
Como ámbito de reproducción de la vida material, la familia, será puesta al servicio del sistema económico-social, actuando como un instrumento de poder del Estado en la interioridad de los sujetos. Y de este sistema, se legitimará la invisibilización de la discriminación a través de prácticas sociales, colocando a los sujetos en situación de dominar o ser dominados. En un sistema de apropiación desigual, transformar al diferente en inferior, permite su dominación y explotación.
Es mediante los procesos de socialización y a través de múltiples códigos, que se desarrollarán primero en la familia y luego en distintos ámbitos de la sociedad: escuela, trabajo, tiempo libre, religión, medios masivos de comunicación, que se hará posible la trasmisión de pautas culturales, normas, valores y representaciones, instituidas socialmente, y que se irán constituyendo en modelos internos de aprendizaje y vínculo, que reproducen este sistema.
Estos aprendizajes, modalidades de ordenar y significar la experiencia, están implícitos en los procesos de conocimiento, y por lo tanto se naturalizan. De esta forma, pasan a ser una herramienta de la ideología dominante, la cual los hace aparecer como constitutivos de un orden natural.
Esos modelos, instituidos socialmente, establecen diferencias en los roles y funciones asignadas a mujeres y varones, son estereotipos, que establecen diferencias de roles, con distintas valorizaciones, y es a través de ellos que se sustentan las relaciones de poder. Hay tres estereotipos muy comunes para las mujeres: mujer, madre, esposa y ama de casa; mujer bella, joven, objeto sexual; mujer maravilla, que trabaja en forma remunerada, sin descuidar las tareas del hogar. Éstos, son mecanismos sociales de ocultamiento de la realidad. Cuando uno intenta separarse de estos modelos, el resultado muchas veces es la discriminación y la reprobación social.
Por la escasez de trabajo que impone el sistema, muchos varones están desocupados, y las mujeres salen al mercado laboral, (por lo general, trabajo informal), dándose un cambio de roles, no voluntario, sino impuesto, que pone al varón en un lugar de desvalorización social y lo aparta de su rol principal de productor, lo que impacta directamente en su identidad y en muchos casos, esto trae aparejado patologías. Por su parte, a la mujer que debe ausentarse de su casa, esto le genera altos montos de culpa, por lo que redobla sus esfuerzos. Y es ésta culpa, la que creará mitos, es decir, sistemas de creencias, construidos socialmente, de los cuales, el más arraigado es el de “instinto materno”, lo que desvaloriza a la mujer en su condición de persona.
La asignación naturalizada de roles, establece lo espacios de incumbencia, tanto para varones como para mujeres, siendo depositada la figura de los primeros, en el ámbito de lo público, donde se aprende y se ejerce el poder, y por consiguiente, las mujeres al ámbito de lo privado. Éstas asignaciones de roles, son aprehendidas por nosotros desde niños, a través de lo lúdico. Y son las que generarán la división sexual del trabajo, quedando los varones en lo público, con el trabajo productivo, y las mujeres, en lo privado, con el trabajo reproductivo, espacios que se transforman en antagónicos, desde el sistema patriarcal. Y la naturalización de esto, hace que se oculte el aporte del ámbito privado, invisibilizando su contribución al PBI, (del 25%).
Aunque se han ido produciendo modificaciones y transformaciones, de forma colectiva, a través de agrupaciones y organizaciones para la lucha, (como los movimientos sociales de mujeres), la discriminación sigue siendo una realidad, y más aún con las mujeres de clases populares, quienes sufren una doble opresión, por su condición de pobreza y por ser mujeres.
Aportes a la Temática extraídos del Cuadernillo de Género, “Introducción a la Perspectiva de Género”, del Área de Género, de la Escuela de Psicología Social, Dr. Enrique Pichón Rivière.
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